
Sabía perfectamente que se
encontraba sumida en un sueño, su consciencia no albergaba duda de ello. Y sin
embargo… todo se percibía tan real, tan autentico, tan… vivaz. La brisa
acariciando su rostro, las hebras de su cabellera rosácea volando al compás del
viento, al igual que los olanes de su falda. Lentamente, sus cristales azulados
se exhibieron al ambiente que se mostraba a su alrededor. Cómo cualquier sueño,
aquél panorama que se rebelaba a la visión de Dalisha, era de esperarse que se
saliera de cualquier contexto habitual. La noche se alzaba en un cielo limpio,
colmado de estrellas e inclusive, planetas a la distancia. Ella, hubiese jurado
que los anillos de Saturno eran visibles desde su posición. El suelo tenía
apariencia del reflejo de un espejo y cómo si se tratara de agua, al caminar
reaccionaba cómo dicho líquido en ondulaciones. Y, más en la lejanía, se
elevaban unas montañas imponentes y encima de estas, auroras boreales. Pese a
no haber una luz por las proximidades, todo se hallaba iluminado. La
temperatura era templada, agradable.
Lo único que la jovencita
supo al siguiente segundo, fue que sintió punzadas en su pecho, dónde la Piedra
de Freyja había usurpado el lugar de su corazón verdadero. Las escenas de lo
ocurrido en Nueva York, al igual que una secuencia sin orden y con ruido en la
televisión, interrumpieron alternadamente en la mágica proyección.
Un espacio grande, que más
bien era una bodega casi a penumbras… sus tacones pisaban, como si nada,
algunos charcos de sangre, los cuales emanaban de algunos cuerpos en yacidos en
el suelo, sin vida. No le importaba si llegaba a mancharse de carmesí. Su
respiración le pesaba al avanzar a cada paso. En su diestra… ¿qué llevaba? Al
recordar la borrosa memoria, vislumbró un arma, lista para ser descargada. La
perspectiva era turbia, en sus ojos se posaba un hombre de traje, sentado y
amarrado en una silla, con unas respectivas heridas en el rostro por los golpes
proporcionados; un importante empresario de algunos… ¿cuarenta y cinco años,
aproximadamente?.
La joven Dankworth lo
reconoció de inmediato; en la mordaz competencia de los negocios, la compañía
de aquél señor cayó de picada a causa de los movimientos de las empresas de su
perteneciente familia. Entonces, Dalisha lo entendió. Ese tipo había sido un
muy mal perdedor y al haber conservado su gran rencor, azotó sus frustraciones
contra la anterior cabeza de la parentela. Ahí no terminaba; las anatomías
tiradas les correspondían a los accionistas que habían sido parte del complot.
Los subordinados de Tom,
esperaban órdenes de la líder de aquella familia de innumerables secretos, pues
antes de que ella entrase a escena, los ajenos ya habían acabado la mayor parte
del trabajo sucio. La pelirrosa, cegada por la ira y la venganza, ya no daría
un mandato más… porque, lo siguiente, quería hacerlo por cuenta propia. La
fémina colocó con fuerza la pistola en una mesa de madera desgastada al
acercarse lo suficiente.
En ese viaje a su preciado
Nueva York, había descubierto que la Piedra de Freyja era capaz de compartir
parte de su energía con su dueña y claro, ella se las arregló de alguna manera
para averiguar cómo hacerlo y ese tipo, fungiría cómo su conejillo de indias.
Estiró uno de sus brazos
con la palma abierta boca arriba a uno de sus costados. Seguidamente, una lanza
de cuchilla larga y afilada, conformada de diamante, se materializó a unos
centímetros de su mano, hasta caer con suavidad sobre esta. Una vez la obtuvo,
con destreza la giró varias veces cuál porrista y sin detenerse, ni mencionar
palabra alguna, en menos de un parpadeo, en un impulso potente, con firmeza
arrojó el objeto tajante directo al estómago del mayor. La lanza lo atravesó de
corrido, causando que el hombre, lúcido, soltase un estruendoso grito de dolor.
La dueña de los añiles,
apretó sus labios y al entrecerrar sus ojos, pareció cómo si le diese una nueva
orden a aquella arma de origen desconocido; repentinamente, de uno en uno, los
huesos contrarios comenzaron a quebrarse hasta dejarlo inconsciente del
suplicio. A decir verdad, no estaba muy segura si el sujeto ya había fallecido,
de lo que sí no podía sospechar, fue del nuevo efecto que la lanza tuvo sobre
el individuo; nacieron de su piel, al igual que una flor plantada en la tierra,
cristales morados… ¿eran amatistas? Así fue sucesivamente, hasta que el cuerpo
del cadáver se metamorfoseó a una enorme roca desigual consistente en piedras
preciosas. El arma que Dalisha utilizó desapareció al haber terminado su
‘trabajo’.
No sabía con exactitud si
estaba más atónita y desconcertada, ahora que encontraba un paso fuera del
trance, de su entorno o por el suceso acontecido ante sus luceros
azulinos.
Saboreó una esencia
metálica vagamente y de la nada, sintió a ahogarse. De golpe, despertó,
incorporándose con brusquedad, tosiendo sin parar. Al lograr controlarse,
reparó que su piel estaba perlada de sudor y a causa de la ‘pesadilla’, por
instinto había mordido tan fuerte y por mucho tiempo su labio inferior que los
hilos escarlata recorrieron su cavidad bucal. Pasó la punta de su lengua por la
herida. Ardía. Y, antes de que pudiese levantarse al espejo, revisó la hora de
su celular. ¡Por todos los dioses! ¿Cuánto tiempo había dormido y por qué nadie
hizo por irrumpir en su habitación?
—¡Tch…!
Fueron, casi dieciséis
horas lo aproximado al hacer sus cuentas. La sensación de agotamiento la
embargó y un escalofrío, al quitarse las sabanas de encima, también. Por algo
la llamaban demonio, mas, no todos sabían el porqué con exactitud y ni ella,
recordaba cómo dicha faceta surgió. Y cómo siempre hacía, realizaría lo que
quedaba del día con normalidad, tratando por olvidar la amargura que le produjo
aquél extraño sueño.