
La noche pasada no había sido
cómo las anteriores cuando solía escapar de los ojos de todos. Normalmente,
cuando el manto nocturno caía, si nadie la encontraba en su extraño y peligroso
juego del escondite, ella tomaba la iniciativa por "perder" y
regresar a la casona Dankworth, sin importarle si se llevaba un sermón o un
castigo más tarde.
En definitiva, había sido
diferente, porque... no había hecho por poner paso de retorno a su casa. Y, no
era porque le ocurrió algo malo, sino, simplemente no quería aparecerse por
ahí.
Durante toda la madrugada sus
oídos se percataron del sonido de los helicópteros, yendo y viniendo, yendo y
viniendo... y ahora, que se hallaba en una cafetería, tomando un desayuno
tardío con gorra puesta, unos lentes y ropas que no solía usar, pudo observar
que en una de las televisiones con el canal del noticiero puesto, su imagen ya
aparecía.
Ni siquiera mal se sentía. De
hecho, el fastidio la recorría, ¿por qué nunca la podían dejar en paz?, ¿por
qué les encantaba atosigarla? Ah, ¿por qué cuando estaba presente, hacían cómo
que no existía y cuando desaparecía, movían tierra, mar y cielo para
encontrarla?
Un disgusto la recorrió y optó
por abandonar su café caliente. Dejó un billete en la mesa para pagar por lo
consumido y silenciosamente salió a las calles de nuevo.
Quizá ya había llegado a su
limite. Quizá estaba pasando por una crisis emocional. Quizá solo hacía un
berrinche. Quizá sus acciones eran un reclamo. Quizá estaba aburrida de los
días monótonos y de la rutina. Quizá, quizá y quizá.
Antes de meter las manos en la
enorme chamarra que portaba, bajó su capucha, en la cuál, dentro de esta se
hallaban sus cabellos rosas. Así, nadie la reconocería. Incluso se le había
pasado por la cabeza cortarse su cabellera y cambiarla de color, ¿o acaso eso era
mucho? Hah... tal vez lo era.
¿Qué
haría? Ni ella lo sabía. Solo supo que sus pies la llevaron a una estación de
tren y se metió a un vagón. En él, iba casi vacío todo. Qué tranquilidad. Tomó
uno de los muchos asientos sin ocupar junto a la ventana y se quedó ahí,
mirando el panorama.
Se dejaría llevar por este,
hasta dónde su ruta terminara. No le importaba en qué lugar pararía. Por
ella... todo estaba bien... perfectamente bien, porque, cada kilómetro que se
alejaba de los Dankworth, era una bocanada de aire fresco.