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domingo, 9 de julio de 2017

Sólo fue un sueño, ¿no?

Sabía perfectamente que se encontraba sumida en un sueño, su consciencia no albergaba duda de ello. Y sin embargo… todo se percibía tan real, tan autentico, tan… vivaz. La brisa acariciando su rostro, las hebras de su cabellera rosácea volando al compás del viento, al igual que los olanes de su falda. Lentamente, sus cristales azulados se exhibieron al ambiente que se mostraba a su alrededor. Cómo cualquier sueño, aquél panorama que se rebelaba a la visión de Dalisha, era de esperarse que se saliera de cualquier contexto habitual. La noche se alzaba en un cielo limpio, colmado de estrellas e inclusive, planetas a la distancia. Ella, hubiese jurado que los anillos de Saturno eran visibles desde su posición. El suelo tenía apariencia del reflejo de un espejo y cómo si se tratara de agua, al caminar reaccionaba cómo dicho líquido en ondulaciones. Y, más en la lejanía, se elevaban unas montañas imponentes y encima de estas, auroras boreales. Pese a no haber una luz por las proximidades, todo se hallaba iluminado. La temperatura era templada, agradable.

Lo único que la jovencita supo al siguiente segundo, fue que sintió punzadas en su pecho, dónde la Piedra de Freyja había usurpado el lugar de su corazón verdadero. Las escenas de lo ocurrido en Nueva York, al igual que una secuencia sin orden y con ruido en la televisión, interrumpieron alternadamente en la mágica proyección.

Un espacio grande, que más bien era una bodega casi a penumbras… sus tacones pisaban, como si nada, algunos charcos de sangre, los cuales emanaban de algunos cuerpos en yacidos en el suelo, sin vida. No le importaba si llegaba a mancharse de carmesí. Su respiración le pesaba al avanzar a cada paso. En su diestra… ¿qué llevaba? Al recordar la borrosa memoria, vislumbró un arma, lista para ser descargada. La perspectiva era turbia, en sus ojos se posaba un hombre de traje, sentado y amarrado en una silla, con unas respectivas heridas en el rostro por los golpes proporcionados; un importante empresario de algunos… ¿cuarenta y cinco años, aproximadamente?.

La joven Dankworth lo reconoció de inmediato; en la mordaz competencia de los negocios, la compañía de aquél señor cayó de picada a causa de los movimientos de las empresas de su perteneciente familia. Entonces, Dalisha lo entendió. Ese tipo había sido un muy mal perdedor y al haber conservado su gran rencor, azotó sus frustraciones contra la anterior cabeza de la parentela. Ahí no terminaba; las anatomías tiradas les correspondían a los accionistas que habían sido parte del complot.
Los subordinados de Tom, esperaban órdenes de la líder de aquella familia de innumerables secretos, pues antes de que ella entrase a escena, los ajenos ya habían acabado la mayor parte del trabajo sucio. La pelirrosa, cegada por la ira y la venganza, ya no daría un mandato más… porque, lo siguiente, quería hacerlo por cuenta propia. La fémina colocó con fuerza la pistola en una mesa de madera desgastada al acercarse lo suficiente.

En ese viaje a su preciado Nueva York, había descubierto que la Piedra de Freyja era capaz de compartir parte de su energía con su dueña y claro, ella se las arregló de alguna manera para averiguar cómo hacerlo y ese tipo, fungiría cómo su conejillo de indias.

Estiró uno de sus brazos con la palma abierta boca arriba a uno de sus costados. Seguidamente, una lanza de cuchilla larga y afilada, conformada de diamante, se materializó a unos centímetros de su mano, hasta caer con suavidad sobre esta. Una vez la obtuvo, con destreza la giró varias veces cuál porrista y sin detenerse, ni mencionar palabra alguna, en menos de un parpadeo, en un impulso potente, con firmeza arrojó el objeto tajante directo al estómago del mayor. La lanza lo atravesó de corrido, causando que el hombre, lúcido, soltase un estruendoso grito de dolor.
La dueña de los añiles, apretó sus labios y al entrecerrar sus ojos, pareció cómo si le diese una nueva orden a aquella arma de origen desconocido; repentinamente, de uno en uno, los huesos contrarios comenzaron a quebrarse hasta dejarlo inconsciente del suplicio. A decir verdad, no estaba muy segura si el sujeto ya había fallecido, de lo que sí no podía sospechar, fue del nuevo efecto que la lanza tuvo sobre el individuo; nacieron de su piel, al igual que una flor plantada en la tierra, cristales morados… ¿eran amatistas? Así fue sucesivamente, hasta que el cuerpo del cadáver se metamorfoseó a una enorme roca desigual consistente en piedras preciosas. El arma que Dalisha utilizó desapareció al haber terminado su ‘trabajo’.

No sabía con exactitud si estaba más atónita y desconcertada, ahora que encontraba un paso fuera del trance, de su entorno o por el suceso acontecido ante sus luceros azulinos. 
Saboreó una esencia metálica vagamente y de la nada, sintió a ahogarse. De golpe, despertó, incorporándose con brusquedad, tosiendo sin parar. Al lograr controlarse, reparó que su piel estaba perlada de sudor y a causa de la ‘pesadilla’, por instinto había mordido tan fuerte y por mucho tiempo su labio inferior que los hilos escarlata recorrieron su cavidad bucal. Pasó la punta de su lengua por la herida. Ardía. Y, antes de que pudiese levantarse al espejo, revisó la hora de su celular. ¡Por todos los dioses! ¿Cuánto tiempo había dormido y por qué nadie hizo por irrumpir en su habitación?

—¡Tch…!

Fueron, casi dieciséis horas lo aproximado al hacer sus cuentas. La sensación de agotamiento la embargó y un escalofrío, al quitarse las sabanas de encima, también. Por algo la llamaban demonio, mas, no todos sabían el porqué con exactitud y ni ella, recordaba cómo dicha faceta surgió. Y cómo siempre hacía, realizaría lo que quedaba del día con normalidad, tratando por olvidar la amargura que le produjo aquél extraño sueño.

lunes, 3 de julio de 2017

Freyja.

¿Quién iba a decirle a Dalisha que las empresas Dankworth guardaban secretos, alucinantes, oscuros, desgarradores e impresionantes?¿Qué la cantidad de cosas que descubriría en su viaje a Nueva York de unos cortos días?. La joven heredera no simplemente se encontraba en esa ciudad, colorida y vivaz, por razones personales, sino, también por obtener un mejor panorama de su familia y de sus obligaciones cómo la cabeza principal de esta misma.

Su semblante se mantuvo sereno durante el recorrido que realizó en el pasillo que daba a uno de los laboratorios. Con la mirada recorrió las paredes blancas y los vidrios del sitio, buscando una respuesta lógica ante sus preguntas nunca respondidas. Al entrar a una de las habitaciones, que, más bien parecía un quirófano, suspiró con pesadez. La orden de sus abuelos había sido sencilla, le practicarían una operación a quién llevase la corona con el apellido Dankworth inscrito en este. Y ella, no se resistiría pese a desconocer los detalles. Sus abuelos jamás hubiesen hecho algo para lastimarla, todo lo contrario y, por ese motivo, permitiría que la paciencia la embargase hasta que volviese a abrir sus añiles y así, pudiera ‘atacar’ al personal con sus cuestiones sin fin.

Al siguiente segundo, lo único que supo fue que, una vez fue posada en la camilla, una mascarilla le fue colocada a la altura de su rostro, cubriendo mayor parte de este y luego… nada. Un sueño absorbente impregnó a su consiente, perdiéndolo en un entorno inverosímil.

Fueron largas horas en las que los cirujanos se sometieron a un constante estrés. La operación no había sido fácil, sin embargo, el tiempo invertido y su esfuerzo, al término, valieron la pena. Cuando Dalisha, descansando en una cama de lo que aparentaba ser un hospital, volvió a exponer sus cristales con párpados cansados, no notó ningún cambió en su menudo cuerpo, mas que unas puntadas en su pecho. Usando Usando sus yemas, acarició la herida suavemente, sintiendo los hilos atravesando su piel. Frunció sus labios, al percibir un rayo de frustración corriendo a través de su cuerpo; su perfecta tez había sido corrompida.

¿Qué me han hecho?

Su pregunta fue acompañada de un matiz exigente, dictadas a uno de los cirujanos que entró a la habitación dónde la jovencita de rostro muñequil descansaba. Deseaba respuestas y, las deseaba en ese preciso momento. Decían que una kunzunita había sido reposada en el lugar de su corazón. Una piedra preciosa de tonalidades rosáceas, que podía conseguirse en Afganistán. Aunque, la kunzunita que su pecho portaba, no era una cualquiera, claro estaba. Es decir, ¿quién iba a ser capaz de vivir sin ese músculo, cuya tarea era la de bombear sangre con fuerza por las venas de un ser vivo?. 

“Cratos et Sanrus”, “Celes’retumbus”, “La Piedra de Freyja”, eran los nombres con los que se le identificaban a dicho objeto. Piedra pasada de generación en generación entre las manos de los líderes Dankworth. Cada uno,siendo portador de la joya hasta su último aliento. Se decía que, cuando el rey o la reina de la familia encontraba a la persona cuyo ‘corazón’ ficticio estuviese dispuesto o dispuesta a entregarle, el ‘Celes’retumbus se partía por sí sólo a la mitad y se incrustaba en el amado u amada. Aquello, fue el caso de sus abuelos. Por ello, al morir ambos, la joya había regresado a su forma original para volver a ser uno mismo con su nueva dueña.

De igual forma, se le llamaba “La Piedra de Freyja” porque, como bien decía su nombre, se decía quedicho tesoro había pertenecido a la mismísima diosa nórdica, la cual, le fue arrebatada en una de las tantas guerras.

Sin embargo, seguía siendo un misterio sobre cómo aquella gema tenía la pericia de sostener y alargar la vida de quién la acarreara en su interior, dando cómo sacrificio, su corazón, literalmente.

La pelirrosa, dejó a un lado su escepticismo y, una vez procesó toda la información y reparó que, las puntadas se habían desvanecido, tal cual espíritus chocarreros, sin rezagos, aparentemente serena, puso sus pies descalzos fuera de la cama y de igual manera, sin consentimiento de los doctores, fue a vestirse de pies a cabeza para dirigirse al exterior, directamente a las calles neoyorquinas. Su nuevo destino; Quinta Avenida con la calle 42, un edificio de mármol… la Biblioteca Pública de Nueva York.

Quizá ahí encontraría información que saciara su sed de conocimiento, quizá las preguntas que atosigaban su mente podrían descansar dentro de aquél refugio de letras, quizá su ansiedad iba lograr apagarse, quizá en algunos de esos libros hallase una frase que la convenciera que lo que había acabado de vivir era una mentira, un producto de su imaginación, parte del sueño inverosímil que proseguía en su dormir en la mesa del quirófano. O quizá no. Una cosa segura; quería saber absolutamente todo acerca de los Dankworth, La Piedra de Freyja y su origen.