¿Quién iba a decirle a Dalisha que las empresas
Dankworth guardaban secretos, alucinantes, oscuros, desgarradores e
impresionantes?¿Qué la cantidad de cosas que descubriría en su
viaje a Nueva York de unos cortos días?. La joven heredera no simplemente se
encontraba en esa ciudad, colorida y vivaz, por razones
personales, sino, también por obtener un mejor panorama de su familia y de sus
obligaciones cómo la cabeza principal de esta misma.
Su semblante se mantuvo sereno durante el recorrido
que realizó en el pasillo que daba a uno de los laboratorios. Con la mirada recorrió las
paredes blancas y los vidrios del sitio, buscando una respuesta
lógica ante sus preguntas nunca respondidas. Al entrar a una de las
habitaciones, que, más bien parecía un quirófano, suspiró con pesadez. La orden
de sus abuelos había sido sencilla, le practicarían
una operación a quién llevase la corona con el apellido Dankworth
inscrito en este. Y ella, no se resistiría pese a desconocer
los detalles. Sus abuelos jamás hubiesen hecho algo para lastimarla, todo lo
contrario y, por ese motivo, permitiría que la paciencia la
embargase hasta que volviese a abrir sus añiles y así, pudiera ‘atacar’
al personal con sus cuestiones sin fin.
Al siguiente segundo, lo único que supo fue que,
una vez fue posada en la camilla, una mascarilla le fue
colocada a la altura de su rostro, cubriendo mayor parte de este
y luego… nada. Un sueño absorbente impregnó a su consiente, perdiéndolo en un entorno inverosímil.
Fueron largas horas en las que los cirujanos se
sometieron a un constante estrés. La operación no había sido fácil, sin embargo, el tiempo invertido y su esfuerzo, al término, valieron la pena. Cuando Dalisha, descansando en una cama de lo que aparentaba ser un
hospital, volvió a exponer sus cristales con párpados
cansados, no notó ningún cambió en su menudo cuerpo, mas que unas puntadas
en su pecho. Usando Usando sus yemas, acarició la herida suavemente,
sintiendo los hilos atravesando su piel. Frunció sus labios, al percibir un rayo de
frustración corriendo a través de su cuerpo; su perfecta tez
había sido corrompida.
❝¿Qué me han hecho?❞
Su pregunta fue acompañada de un matiz exigente,
dictadas a uno de los cirujanos que entró a la habitación
dónde la jovencita de rostro muñequil descansaba. Deseaba respuestas y, las deseaba en ese preciso momento. Decían que una
kunzunita había sido reposada en el lugar de su corazón. Una piedra preciosa de tonalidades rosáceas, que podía conseguirse en
Afganistán. Aunque, la kunzunita que su pecho portaba, no era una cualquiera, claro estaba. Es decir, ¿quién iba a ser capaz de vivir sin ese músculo, cuya tarea era la de bombear sangre con fuerza por las venas
de un ser vivo?.
“Cratos et Sanrus”, “Celes’retumbus”, “La Piedra de Freyja”, eran los nombres con los que se le identificaban a dicho objeto. Piedra pasada de generación en generación entre las manos de los líderes Dankworth. Cada uno,siendo portador de la joya hasta su último aliento. Se decía que, cuando el rey o la reina de la familia encontraba a la persona cuyo ‘corazón’ ficticio estuviese dispuesto o dispuesta a entregarle, el ‘Celes’retumbus se partía por sí sólo a la mitad y se incrustaba en el amado u amada. Aquello, fue el caso de sus abuelos. Por ello, al morir ambos, la joya había regresado a su forma original para volver a ser uno mismo con su nueva dueña.
De igual forma, se le llamaba “La Piedra de Freyja” porque, como bien decía su nombre, se decía quedicho tesoro había pertenecido a la mismísima diosa nórdica, la cual, le fue arrebatada en una de las tantas guerras.
“Cratos et Sanrus”, “Celes’retumbus”, “La Piedra de Freyja”, eran los nombres con los que se le identificaban a dicho objeto. Piedra pasada de generación en generación entre las manos de los líderes Dankworth. Cada uno,siendo portador de la joya hasta su último aliento. Se decía que, cuando el rey o la reina de la familia encontraba a la persona cuyo ‘corazón’ ficticio estuviese dispuesto o dispuesta a entregarle, el ‘Celes’retumbus se partía por sí sólo a la mitad y se incrustaba en el amado u amada. Aquello, fue el caso de sus abuelos. Por ello, al morir ambos, la joya había regresado a su forma original para volver a ser uno mismo con su nueva dueña.
De igual forma, se le llamaba “La Piedra de Freyja” porque, como bien decía su nombre, se decía quedicho tesoro había pertenecido a la mismísima diosa nórdica, la cual, le fue arrebatada en una de las tantas guerras.
Sin embargo, seguía siendo un misterio sobre
cómo aquella gema tenía la pericia de sostener y alargar la vida de quién la
acarreara en su interior, dando cómo sacrificio, su
corazón, literalmente.
La pelirrosa, dejó a un lado su
escepticismo y, una vez procesó toda la información y reparó que, las puntadas se
habían desvanecido, tal cual espíritus chocarreros, sin rezagos, aparentemente
serena, puso sus pies descalzos fuera de la cama y de
igual manera, sin consentimiento de los doctores, fue a vestirse de pies a
cabeza para dirigirse al exterior, directamente a las calles neoyorquinas.
Su nuevo destino; Quinta Avenida con la calle 42, un edificio de mármol… la
Biblioteca Pública de Nueva York.
Quizá ahí encontraría
información que saciara su sed de conocimiento, quizá las preguntas que
atosigaban su mente podrían descansar dentro
de aquél refugio de letras, quizá su ansiedad iba lograr apagarse, quizá en
algunos de esos libros hallase una frase que la convenciera que lo que había
acabado de vivir era una mentira, un producto de su imaginación, parte del sueño inverosímil que proseguía en su dormir en la mesa
del quirófano. O quizá no. Una cosa segura; quería saber absolutamente todo acerca
de los Dankworth, La Piedra de
Freyja y su origen.