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jueves, 12 de octubre de 2017

Escape.

La noche pasada no había sido cómo las anteriores cuando solía escapar de los ojos de todos. Normalmente, cuando el manto nocturno caía, si nadie la encontraba en su extraño y peligroso juego del escondite, ella tomaba la iniciativa por "perder" y regresar a la casona Dankworth, sin importarle si se llevaba un sermón o un castigo más tarde.

En definitiva, había sido diferente, porque... no había hecho por poner paso de retorno a su casa. Y, no era porque le ocurrió algo malo, sino, simplemente no quería aparecerse por ahí.

Durante toda la madrugada sus oídos se percataron del sonido de los helicópteros, yendo y viniendo, yendo y viniendo... y ahora, que se hallaba en una cafetería, tomando un desayuno tardío con gorra puesta, unos lentes y ropas que no solía usar, pudo observar que en una de las televisiones con el canal del noticiero puesto, su imagen ya aparecía.

Ni siquiera mal se sentía. De hecho, el fastidio la recorría, ¿por qué nunca la podían dejar en paz?, ¿por qué les encantaba atosigarla? Ah, ¿por qué cuando estaba presente, hacían cómo que no existía y cuando desaparecía, movían tierra, mar y cielo para encontrarla?

Un disgusto la recorrió y optó por abandonar su café caliente. Dejó un billete en la mesa para pagar por lo consumido y silenciosamente salió a las calles de nuevo.

Quizá ya había llegado a su limite. Quizá estaba pasando por una crisis emocional. Quizá solo hacía un berrinche. Quizá sus acciones eran un reclamo. Quizá estaba aburrida de los días monótonos y de la rutina. Quizá, quizá y quizá.

Antes de meter las manos en la enorme chamarra que portaba, bajó su capucha, en la cuál, dentro de esta se hallaban sus cabellos rosas. Así, nadie la reconocería. Incluso se le había pasado por la cabeza cortarse su cabellera y cambiarla de color, ¿o acaso eso era mucho? Hah... tal vez lo era.

¿Qué haría? Ni ella lo sabía. Solo supo que sus pies la llevaron a una estación de tren y se metió a un vagón. En él, iba casi vacío todo. Qué tranquilidad. Tomó uno de los muchos asientos sin ocupar junto a la ventana y se quedó ahí, mirando el panorama.

Se dejaría llevar por este, hasta dónde su ruta terminara. No le importaba en qué lugar pararía. Por ella... todo estaba bien... perfectamente bien, porque, cada kilómetro que se alejaba de los Dankworth, era una bocanada de aire fresco.

domingo, 9 de julio de 2017

Sólo fue un sueño, ¿no?

Sabía perfectamente que se encontraba sumida en un sueño, su consciencia no albergaba duda de ello. Y sin embargo… todo se percibía tan real, tan autentico, tan… vivaz. La brisa acariciando su rostro, las hebras de su cabellera rosácea volando al compás del viento, al igual que los olanes de su falda. Lentamente, sus cristales azulados se exhibieron al ambiente que se mostraba a su alrededor. Cómo cualquier sueño, aquél panorama que se rebelaba a la visión de Dalisha, era de esperarse que se saliera de cualquier contexto habitual. La noche se alzaba en un cielo limpio, colmado de estrellas e inclusive, planetas a la distancia. Ella, hubiese jurado que los anillos de Saturno eran visibles desde su posición. El suelo tenía apariencia del reflejo de un espejo y cómo si se tratara de agua, al caminar reaccionaba cómo dicho líquido en ondulaciones. Y, más en la lejanía, se elevaban unas montañas imponentes y encima de estas, auroras boreales. Pese a no haber una luz por las proximidades, todo se hallaba iluminado. La temperatura era templada, agradable.

Lo único que la jovencita supo al siguiente segundo, fue que sintió punzadas en su pecho, dónde la Piedra de Freyja había usurpado el lugar de su corazón verdadero. Las escenas de lo ocurrido en Nueva York, al igual que una secuencia sin orden y con ruido en la televisión, interrumpieron alternadamente en la mágica proyección.

Un espacio grande, que más bien era una bodega casi a penumbras… sus tacones pisaban, como si nada, algunos charcos de sangre, los cuales emanaban de algunos cuerpos en yacidos en el suelo, sin vida. No le importaba si llegaba a mancharse de carmesí. Su respiración le pesaba al avanzar a cada paso. En su diestra… ¿qué llevaba? Al recordar la borrosa memoria, vislumbró un arma, lista para ser descargada. La perspectiva era turbia, en sus ojos se posaba un hombre de traje, sentado y amarrado en una silla, con unas respectivas heridas en el rostro por los golpes proporcionados; un importante empresario de algunos… ¿cuarenta y cinco años, aproximadamente?.

La joven Dankworth lo reconoció de inmediato; en la mordaz competencia de los negocios, la compañía de aquél señor cayó de picada a causa de los movimientos de las empresas de su perteneciente familia. Entonces, Dalisha lo entendió. Ese tipo había sido un muy mal perdedor y al haber conservado su gran rencor, azotó sus frustraciones contra la anterior cabeza de la parentela. Ahí no terminaba; las anatomías tiradas les correspondían a los accionistas que habían sido parte del complot.
Los subordinados de Tom, esperaban órdenes de la líder de aquella familia de innumerables secretos, pues antes de que ella entrase a escena, los ajenos ya habían acabado la mayor parte del trabajo sucio. La pelirrosa, cegada por la ira y la venganza, ya no daría un mandato más… porque, lo siguiente, quería hacerlo por cuenta propia. La fémina colocó con fuerza la pistola en una mesa de madera desgastada al acercarse lo suficiente.

En ese viaje a su preciado Nueva York, había descubierto que la Piedra de Freyja era capaz de compartir parte de su energía con su dueña y claro, ella se las arregló de alguna manera para averiguar cómo hacerlo y ese tipo, fungiría cómo su conejillo de indias.

Estiró uno de sus brazos con la palma abierta boca arriba a uno de sus costados. Seguidamente, una lanza de cuchilla larga y afilada, conformada de diamante, se materializó a unos centímetros de su mano, hasta caer con suavidad sobre esta. Una vez la obtuvo, con destreza la giró varias veces cuál porrista y sin detenerse, ni mencionar palabra alguna, en menos de un parpadeo, en un impulso potente, con firmeza arrojó el objeto tajante directo al estómago del mayor. La lanza lo atravesó de corrido, causando que el hombre, lúcido, soltase un estruendoso grito de dolor.
La dueña de los añiles, apretó sus labios y al entrecerrar sus ojos, pareció cómo si le diese una nueva orden a aquella arma de origen desconocido; repentinamente, de uno en uno, los huesos contrarios comenzaron a quebrarse hasta dejarlo inconsciente del suplicio. A decir verdad, no estaba muy segura si el sujeto ya había fallecido, de lo que sí no podía sospechar, fue del nuevo efecto que la lanza tuvo sobre el individuo; nacieron de su piel, al igual que una flor plantada en la tierra, cristales morados… ¿eran amatistas? Así fue sucesivamente, hasta que el cuerpo del cadáver se metamorfoseó a una enorme roca desigual consistente en piedras preciosas. El arma que Dalisha utilizó desapareció al haber terminado su ‘trabajo’.

No sabía con exactitud si estaba más atónita y desconcertada, ahora que encontraba un paso fuera del trance, de su entorno o por el suceso acontecido ante sus luceros azulinos. 
Saboreó una esencia metálica vagamente y de la nada, sintió a ahogarse. De golpe, despertó, incorporándose con brusquedad, tosiendo sin parar. Al lograr controlarse, reparó que su piel estaba perlada de sudor y a causa de la ‘pesadilla’, por instinto había mordido tan fuerte y por mucho tiempo su labio inferior que los hilos escarlata recorrieron su cavidad bucal. Pasó la punta de su lengua por la herida. Ardía. Y, antes de que pudiese levantarse al espejo, revisó la hora de su celular. ¡Por todos los dioses! ¿Cuánto tiempo había dormido y por qué nadie hizo por irrumpir en su habitación?

—¡Tch…!

Fueron, casi dieciséis horas lo aproximado al hacer sus cuentas. La sensación de agotamiento la embargó y un escalofrío, al quitarse las sabanas de encima, también. Por algo la llamaban demonio, mas, no todos sabían el porqué con exactitud y ni ella, recordaba cómo dicha faceta surgió. Y cómo siempre hacía, realizaría lo que quedaba del día con normalidad, tratando por olvidar la amargura que le produjo aquél extraño sueño.

lunes, 3 de julio de 2017

Freyja.

¿Quién iba a decirle a Dalisha que las empresas Dankworth guardaban secretos, alucinantes, oscuros, desgarradores e impresionantes?¿Qué la cantidad de cosas que descubriría en su viaje a Nueva York de unos cortos días?. La joven heredera no simplemente se encontraba en esa ciudad, colorida y vivaz, por razones personales, sino, también por obtener un mejor panorama de su familia y de sus obligaciones cómo la cabeza principal de esta misma.

Su semblante se mantuvo sereno durante el recorrido que realizó en el pasillo que daba a uno de los laboratorios. Con la mirada recorrió las paredes blancas y los vidrios del sitio, buscando una respuesta lógica ante sus preguntas nunca respondidas. Al entrar a una de las habitaciones, que, más bien parecía un quirófano, suspiró con pesadez. La orden de sus abuelos había sido sencilla, le practicarían una operación a quién llevase la corona con el apellido Dankworth inscrito en este. Y ella, no se resistiría pese a desconocer los detalles. Sus abuelos jamás hubiesen hecho algo para lastimarla, todo lo contrario y, por ese motivo, permitiría que la paciencia la embargase hasta que volviese a abrir sus añiles y así, pudiera ‘atacar’ al personal con sus cuestiones sin fin.

Al siguiente segundo, lo único que supo fue que, una vez fue posada en la camilla, una mascarilla le fue colocada a la altura de su rostro, cubriendo mayor parte de este y luego… nada. Un sueño absorbente impregnó a su consiente, perdiéndolo en un entorno inverosímil.

Fueron largas horas en las que los cirujanos se sometieron a un constante estrés. La operación no había sido fácil, sin embargo, el tiempo invertido y su esfuerzo, al término, valieron la pena. Cuando Dalisha, descansando en una cama de lo que aparentaba ser un hospital, volvió a exponer sus cristales con párpados cansados, no notó ningún cambió en su menudo cuerpo, mas que unas puntadas en su pecho. Usando Usando sus yemas, acarició la herida suavemente, sintiendo los hilos atravesando su piel. Frunció sus labios, al percibir un rayo de frustración corriendo a través de su cuerpo; su perfecta tez había sido corrompida.

¿Qué me han hecho?

Su pregunta fue acompañada de un matiz exigente, dictadas a uno de los cirujanos que entró a la habitación dónde la jovencita de rostro muñequil descansaba. Deseaba respuestas y, las deseaba en ese preciso momento. Decían que una kunzunita había sido reposada en el lugar de su corazón. Una piedra preciosa de tonalidades rosáceas, que podía conseguirse en Afganistán. Aunque, la kunzunita que su pecho portaba, no era una cualquiera, claro estaba. Es decir, ¿quién iba a ser capaz de vivir sin ese músculo, cuya tarea era la de bombear sangre con fuerza por las venas de un ser vivo?. 

“Cratos et Sanrus”, “Celes’retumbus”, “La Piedra de Freyja”, eran los nombres con los que se le identificaban a dicho objeto. Piedra pasada de generación en generación entre las manos de los líderes Dankworth. Cada uno,siendo portador de la joya hasta su último aliento. Se decía que, cuando el rey o la reina de la familia encontraba a la persona cuyo ‘corazón’ ficticio estuviese dispuesto o dispuesta a entregarle, el ‘Celes’retumbus se partía por sí sólo a la mitad y se incrustaba en el amado u amada. Aquello, fue el caso de sus abuelos. Por ello, al morir ambos, la joya había regresado a su forma original para volver a ser uno mismo con su nueva dueña.

De igual forma, se le llamaba “La Piedra de Freyja” porque, como bien decía su nombre, se decía quedicho tesoro había pertenecido a la mismísima diosa nórdica, la cual, le fue arrebatada en una de las tantas guerras.

Sin embargo, seguía siendo un misterio sobre cómo aquella gema tenía la pericia de sostener y alargar la vida de quién la acarreara en su interior, dando cómo sacrificio, su corazón, literalmente.

La pelirrosa, dejó a un lado su escepticismo y, una vez procesó toda la información y reparó que, las puntadas se habían desvanecido, tal cual espíritus chocarreros, sin rezagos, aparentemente serena, puso sus pies descalzos fuera de la cama y de igual manera, sin consentimiento de los doctores, fue a vestirse de pies a cabeza para dirigirse al exterior, directamente a las calles neoyorquinas. Su nuevo destino; Quinta Avenida con la calle 42, un edificio de mármol… la Biblioteca Pública de Nueva York.

Quizá ahí encontraría información que saciara su sed de conocimiento, quizá las preguntas que atosigaban su mente podrían descansar dentro de aquél refugio de letras, quizá su ansiedad iba lograr apagarse, quizá en algunos de esos libros hallase una frase que la convenciera que lo que había acabado de vivir era una mentira, un producto de su imaginación, parte del sueño inverosímil que proseguía en su dormir en la mesa del quirófano. O quizá no. Una cosa segura; quería saber absolutamente todo acerca de los Dankworth, La Piedra de Freyja y su origen.

domingo, 5 de febrero de 2017

El ascenso inesperado y doloroso al trono Dankworth.



Todo había ocurrido tan rápido. Antes de que pudiese darse cuenta, se hallaba en la camioneta, sentada, con sus padres frente a ella y con Tom al volante. Bajó la vista a sus manos; apenas se percataba que estas temblaban y su respiración era trabajosa. Una sensación de desesperación percibió en sí. Ensordecida, observó su panorama... parecía confundida, todo parecía tan inverosímil. Tan real como lo que sus oídos escuchaban y ella... no quería creerlo.

Rebobinó los últimos minutos desde que salió del restaurante; La de cabellos rosáceos se encargó de buscar con sus irises a 'Big Daddy y Big Mommy' al reparar que ambos no se localizaban en la mesa reservada. Fue su guardaespaldas el que asumió la tarea de sacarla de ahí. Dalisha recordaba vagamente su semblante serio, cuestionó en ese entonces... '¿Qué pasa Tommy Tom, a qué se debe esa cara larga?', en un tono flemático. Un accidente, era lo que decían, una explosión... creada de un corto circuito, solo les tocó estar en un mal lugar a mala hora. Sus manos se tornaron a un puño, ¿por qué seguían tratando de engañarla? ¿Para aliviar su razón, su dolor? Solo lo empeoraban a cada frase.

—¡¡Ya cállense!!

Jamás les había hablado de dicho modo a sus padres y sin embargo, esta vez no pudo controlarse.

—Basta... por favor...

Suplicó, negando una vez con su cabeza y ocultando sus orbes debajo de sus parpados y sus palmas.

—Solo guarden... silencio...

¿Quién iba a decirle que en la fiesta de Año Nuevo sería la última vez que vería a sus preciados abuelos?. Destrozada y con los ojos completamente cristalizados buscó consuelo en el retrovisor del vehículo, en la mirada de Tom y seguido, en el vidrio a su costado más cercano. Lo único que logró visualizar fue su reflejo. Sus padres la observaron sin mencionar una palabra más. Al llegar a la casona, fue la primera en bajar tal cuál bala acabada de ser disparada sin esperar a que Tom abriese la puerta de la camioneta.

Las gotas saladas recorrían y chocaban contra sus mejillas sin cesar. A cada paso que daba a su habitación, la ansiedad y la angustia la acorralaban, al igual que la cólera. Antes de ir a su cuarto, de golpe abrió la puerta que daba al estudio de su padre. Adentro, tomó un bat entre sus manos con fuerza. ¿Cómo descargar todo lo que sentía? Golpeó todo lo que se le puso enfrente, sin importarle en lo más mínimo. Una mesa de cristal, las botellas de su padre se redujeron a pedacitos, en su habitación su espejo fue una víctima más, sus perfumes, incluso… sus diseños. Destrozó todos los peluches, lanzó las cobijas, rompió la puerta de una de las vitrinas… era un caos, al igual que su mente.

Hasta que no pudo más, sus rodillas pegaron contra el suelo, añadiendo que su madre entró cuando su hija aún se mantenía balanceando el bat. Aquella señora la abrazó, con el fin de calmarla. A Dalisha le provocó que le diese más sentimiento y se echase a llorar sonoramente en los brazos de su progenitora, protegiéndose en estos al igual que una niña pequeña. Las lágrimas fungieron como anestesia a sus sentimientos afligidos y apesadumbrados… quizá, después de haberse aguantado tanto a ceder a los sollozos, el permitir que estos fluyesen le harían bien. La de luceros añiles solía portar una máscara sonriente, de esas que hacían como icono al teatro. No pudo mentirse en esta ocasión, no lo logró, fue demasiado el impacto que ni ella podía mantener el mando sobre sus emociones. Su madre la encaminó con gentileza al cuarto de invitados; se quedaría con ella esa noche a dormir y a curar su corazón despedazado; la ayudó a colocarse la ropa de dormir, la menor parecía tan débil, frágil y dócil.

La mayor se quedó abrazando a su única hija por debajo de las cobijas, mientras que la pelirrosa, totalmente agotada, con sus pestañas humedecidas, se quedó dormida. Deseó por un fugaz momento, jamás volver a despertar, o si aquello se trataba de una pesadilla, nunca regresar a esta. Las empleadas domésticas comentaban entre sí que, ahora con la cabeza de los Dankworth fallecida en el supuesto accidente, Dalisha, sin llegar a sus veintidós, tomaría posesión de dicho lugar y título que le correspondía desde antes de nacer; el Primer Pilar. No podía evitar el enorme estrés, porque, la de orbes azulados lo sabía a la perfección.


Asustada e incluso, inexperta se notaba a sí, pero, el tiempo lo arreglaría, ¿no era siempre de dicha manera?. Porque, al final, pese a que no lo dijera y probablemente se debía a que no tenía hermanos, siempre deseaba ser la mejor y la única… y, esta vez no sería la excepción. Tenía conocimiento que, era posible que alguno de sus otros familiares de la misma generación que ella, podía arrebatarle ‘la corona’ y tal cuál competitiva se inclinaba la personalidad de la pelirrosa en ocasiones, no lo permitiría.