
Todo había ocurrido tan
rápido. Antes de que pudiese darse cuenta, se hallaba en la camioneta, sentada,
con sus padres frente a ella y con Tom al volante. Bajó la vista a sus manos;
apenas se percataba que estas temblaban y su respiración era trabajosa. Una
sensación de desesperación percibió en sí. Ensordecida, observó su panorama...
parecía confundida, todo parecía tan inverosímil. Tan real como lo que sus
oídos escuchaban y ella... no quería creerlo.
Rebobinó los últimos
minutos desde que salió del restaurante; La de cabellos rosáceos se encargó de
buscar con sus irises a 'Big Daddy y Big Mommy' al reparar que ambos no se
localizaban en la mesa reservada. Fue su guardaespaldas el que asumió la tarea
de sacarla de ahí. Dalisha recordaba vagamente su semblante serio, cuestionó en
ese entonces... '¿Qué pasa Tommy Tom, a qué se debe esa cara larga?', en un
tono flemático. Un accidente, era lo que decían, una explosión... creada de un
corto circuito, solo les tocó estar en un mal lugar a mala hora. Sus manos se
tornaron a un puño, ¿por qué seguían tratando de engañarla? ¿Para aliviar su
razón, su dolor? Solo lo empeoraban a cada frase.
—¡¡Ya
cállense!!
Jamás les había hablado de
dicho modo a sus padres y sin embargo, esta vez no pudo controlarse.
—Basta...
por favor...
Suplicó, negando una vez
con su cabeza y ocultando sus orbes debajo de sus parpados y sus palmas.
—Solo
guarden... silencio...
¿Quién iba a decirle que en
la fiesta de Año Nuevo sería la última vez que vería a sus preciados abuelos?.
Destrozada y con los ojos completamente cristalizados buscó consuelo en el
retrovisor del vehículo, en la mirada de Tom y seguido, en el vidrio a su
costado más cercano. Lo único que logró visualizar fue su reflejo. Sus padres
la observaron sin mencionar una palabra más. Al llegar a la casona, fue la
primera en bajar tal cuál bala acabada de ser disparada sin esperar a que Tom
abriese la puerta de la camioneta.
Las gotas saladas recorrían
y chocaban contra sus mejillas sin cesar. A cada paso que daba a su habitación,
la ansiedad y la angustia la acorralaban, al igual que la cólera. Antes de ir a
su cuarto, de golpe abrió la puerta que daba al estudio de su padre. Adentro,
tomó un bat entre sus manos con fuerza. ¿Cómo descargar todo lo que sentía?
Golpeó todo lo que se le puso enfrente, sin importarle en lo más mínimo. Una
mesa de cristal, las botellas de su padre se redujeron a pedacitos, en su
habitación su espejo fue una víctima más, sus perfumes, incluso… sus diseños. Destrozó
todos los peluches, lanzó las cobijas, rompió la puerta de una de las vitrinas…
era un caos, al igual que su mente.
Hasta que no pudo más, sus
rodillas pegaron contra el suelo, añadiendo que su madre entró cuando su hija
aún se mantenía balanceando el bat. Aquella señora la abrazó, con el fin de
calmarla. A Dalisha le provocó que le diese más sentimiento y se echase a
llorar sonoramente en los brazos de su progenitora, protegiéndose en estos al
igual que una niña pequeña. Las lágrimas fungieron como anestesia a sus
sentimientos afligidos y apesadumbrados… quizá, después de haberse aguantado
tanto a ceder a los sollozos, el permitir que estos fluyesen le harían bien. La
de luceros añiles solía portar una máscara sonriente, de esas que hacían como
icono al teatro. No pudo mentirse en esta ocasión, no lo logró, fue demasiado
el impacto que ni ella podía mantener el mando sobre sus emociones. Su madre la
encaminó con gentileza al cuarto de invitados; se quedaría con ella esa noche a
dormir y a curar su corazón despedazado; la ayudó a colocarse la ropa de
dormir, la menor parecía tan débil, frágil y dócil.
La mayor se quedó abrazando
a su única hija por debajo de las cobijas, mientras que la pelirrosa,
totalmente agotada, con sus pestañas humedecidas, se quedó dormida. Deseó por
un fugaz momento, jamás volver a despertar, o si aquello se trataba de una
pesadilla, nunca regresar a esta. Las empleadas domésticas comentaban entre sí que,
ahora con la cabeza de los Dankworth fallecida en el supuesto accidente,
Dalisha, sin llegar a sus veintidós, tomaría posesión de dicho lugar y título
que le correspondía desde antes de nacer; el Primer Pilar. No podía evitar el
enorme estrés, porque, la de orbes azulados lo sabía a la perfección.
Asustada e incluso,
inexperta se notaba a sí, pero, el tiempo lo arreglaría, ¿no era siempre de
dicha manera?. Porque, al final, pese a que no lo dijera y probablemente se
debía a que no tenía hermanos, siempre deseaba ser la mejor y la única… y, esta
vez no sería la excepción. Tenía conocimiento que, era posible que alguno de
sus otros familiares de la misma generación que ella, podía arrebatarle ‘la
corona’ y tal cuál competitiva se inclinaba la personalidad de la pelirrosa en
ocasiones, no lo permitiría.
